miércoles, 2 de noviembre de 2011

La fiesta del destino

Llegaste quince minutos tarde. Las miradas se detuvieron por un instante en tu presencia, mientras saludabas a los tuyos que eran casi todos y sonreías al amor con  inocencia.
Vestías de ti, y resaltaban tus hermosos ojos claros. Empañaste al tiempo, sacudiste al mundo, al destino,  a la carne.
Brillaba tu piel en medio de la fiesta. Brillaban tus puntuales comentarios.
Alguien escuchó su nombre entre tu boca carmesí, alguien se enamoró de ti, después de ti.
Caída la noche y con ella  los pretextos, aquel muchacho callado de la esquina te tendió su mano con osadía desmedida y bailaron hasta convertirse en el amor de sus vidas.
Una y otra vez, las miradas, las mismas miradas cercanas se encontraron; hasta hacerse uno por dos, los invitados.
La fiesta del pueblo terminó. Terminó con ella la ocasión para el amor.
Cuando te ibas sola cantando por la calle, te alcanzaron en la esquina los gritos de mi padre.
No hay horario para citas del destino. Se detuvieron el tiempo, los ladridos de los perros y el chinchirrín del los insectos.   
Eras mi madre, bajo la estela nocturna de un agosto, enamorando al tímido muchacho prodigioso.
Eras mi madre enamorada de mi padre.