jueves, 22 de diciembre de 2011

Las posadas y sus vicisitudes

Ciertamente nos convenía aquello de las piñatas y los dulces.  Antes, nos explicaron que Jesús nació en un pesebre, rodeado de animales de la región y acompañando José a María. Ahora lo confieso, igual habríamos ido.
 Siempre esperaba con entusiasmo las posadas de mi pueblo. Allá íbamos los niños del catecismo con el espíritu navideño, cantando por las calles empedradas, viendo entre las cabezas escuras a la niña que nos guastaba y a los bultos de José y María, tambaleándose de aquí para allá.  
Cantando y cantando, llegábamos a la casa donde por fin nos daban asilo. Ahora que recuerdo, nunca entendí por qué tardaban tanto. Comíamos tamales y dulces, tomábamos horchata o chocolate, y todavía me tocaron los trozos de caña en las piñatas.
Regresábamos cargados. Suficiente para entretenernos todo el día con los dulces… hasta la siguiente posada.
A todos nos convenían, es cierto. A los niños nos encantaban las piñatas, a los más grandes, que eran casi jóvenes, les gustaba ir para ver a las muchachas, y a las mamas, les recordaba, quizás,  aquella época gloriosa de niñas libres.
Recuerdo mi primera posada. Fue la última de 1994 en la iglesia Santo Domingo de Guzmán. Avanzábamos por la parte Frontal del contingente, yo iba en los brazos de mi prima Julisa que tendría 14 años.
De repente la gente empezó a remolinearse en la entrada de la iglesia al mismo tiempo que las grandes alas del portón se cerraban. Mi prima, quizás entusiasmada con la idea de dar posada en vez de pedir, corrió de manera estrepitosa a la puerta trasera de la iglesia para poder entrar y así lo consiguió, conmigo en brazos.
Al entrar, la oscuridad  me invadió de miedo, un miedo escalofriante que atestiguaban los bultos negros de la iglesia. No pude más y rompí en llanto, hasta que por fin se abrieron las puertas de la luz.
Ahora que tengo espacio para volver el tiempo, lo recuerdo con mucho cariño. Ya vuelvo al mismo pueblo.
De repente, a lo lejos, veo a un grupo de gente. Entusiasta, alegre… Pasan a la vista de los visitantes de la nueva plaza, los ven,  primero con asombro, luego, con olvido; y yo me propongo por un momento, encontrar entre los pocos, al niño que le toca llorar asustado este año.