jueves, 7 de julio de 2011

Holgamina

Nadie aseguró  nunca si fue real o ficción,
pero la delatora se volvió loca de la impresión.

—Eran las doce de la noche, señor juez. Preparábamos el camino por la hojarasca con un monte robusto cuando  Holgamina dijo que no podía más, que al día siguiente correría sin pensarlo al imperio del bosque, gustosa de la libertad que nos han negado.
—Mi admiración fue inmediata. Mis ojos se crisparon en la monserga del comentario y no pude estar quieta, de ninguna manera faltaría al reglamento real.
—Y aquí estoy señor juez, para dar testimonio inmediato de la atroz intención de esta hormiga pecaminosa, que ha querido faltar a nuestro gran imperio y a nuestra excelentísima Reina.
El silencio invadió aquella sala de juicio.
— ¿Eso es cierto Holgamina? -Preguntó el juez.
— ¿A caso no has sido educada para ser la mejor obrera, mandándote a los mejores colegios para distinguirnos de las demás estirpes? ¿No hemos hecho de ti algo de provecho y de orgullo a caso?
La sala volvió a quedar en silencio. Holgamina, levantó lentamente la cara al juez y fueron así expuestos los golpes que la guardia Real le procuró antes de la audiencia.
—Es cierto, -dijo con la voz entrecortada.  —Y no es la primera vez que lo pienso.
El ruido del tumulto no se hizo esperar en aquella sala que aglutinaba a las Hormigas más prestigiosas.
— ¡Holgamina! -retomó el juez con voz enérgica.
— ¡Te has  condenado sola ante  la sociedad de nuestra honrosa comunidad!
—En efecto señor juez, será la manera más sublime de escapar de esta angustia que me mata poco a poco, cortaré de tajo este  suplicio en el que he nacido y moriré. Pero no faltaré a mi más profundo sueño.
Preparaban la soga mientras  Holgamina cruzaba un mar de hormigas que se arremolinaban frente a la tarima. Iba escoltada por dos guardias serios y robustos.
Esta vez no hubo milagros. Colocaron la soga al cuello y el redoble llegó a su fin.
Pronto aquella plaza quedó vacía, las hormigas regresaban a los deberes cotidianos.
“No podía hacer otra cosa”, -pensó con mesura la delatora que también regresaba triste y confundida. Y fue ella misma la primera que atisbó el insecto en el aire.
Algo  hermoso brillaba en lo alto con un color de tierra húmeda, era Holgamina con sus alas doradas que doblaban en tamaño  su cuerpo,  la silueta  acentuada por su delgada cintura se dejaba entrever a contraluz y  un manejo impecable del  viento invernal le ayudaba a esquivar las balas inútiles de la gran guardia. Emprendió el vuelo al bosque y se perdió en el horizonte.

Yabín Cabrera
Taller literario Bernal Díaz del Castillo.
Jueves 07 de julio del 2011

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