domingo, 31 de julio de 2011

Mi último verano

Ahora me siento radiante  ante lo que podría suceder como el último verano en mi pueblo con este ensimismado traje estudiantil que aun reparto. Y voy construyendo de manera uniforme, con recuerdos vagabundos y otros más sobrios, sus bondades. 
Llegué hace veintitantos días, enfermo de soledad y de angustia por las tragedias humanas. Llegué mordaz con los problemas sociales. Agnóstico. Somnoliento. Apendejado por tanto ruido. Y sacudí las manos y los pies en el amplio rio de la tranquilidad.
No sé en dónde, pero sé que fue García Márquez quien dijo: “sería completamente feliz si me hubiera quedado en mi pueblo,  Aracataca, Colombia, siendo el alcalde”. ¡Ojo! Lo dijo después del premio nobel de literatura.
Sólo quien ha sentido la punzada certera al filo del  talón con una piedra, mientras corre por las calles, sabe de lo que hablo.
Llegué a la casona de la abuela “chencha” (QEPD), presuroso y  nostálgico, a descubrir más arrugas en las caras de mis tíos, Medardo y Rosario. Dos hermanos de mi abuelo Ernesto (materno), que nunca se casaron y que por azares del destino dependen, hasta ahora, uno del otro.
Rosario, la “tía chayito”, con sus “ochentaytantos” años encima, anda lento y a veces sin rumbo. Como si ir  a cualquier lado, ahora, dé lo mismo. Medardo menos viejo o más joven; no se distingue mucho, recorre todavía las verdes milpas por las faldas del Cuscumate y en el pueblo, sus calles grises, de la casa al centro visita a la tía Cornelia, su hermana, mi tía, mi abuela.
Llegué triste por la ausencia de la mujer que amo. No está ahora. A lo lejos alcanzo su silueta tan imaginaria como una tormenta de náufragos. Ahí viene, con su caminar inconfundible por la calle Hidalgo frente a correos. Pero no es mas ella. Se ha ido, se fue para volver a la monserga de una ciudad de Dioses.
A pocos días de regresar a lo mío, a lo nuestro. Me ampara el silencio de la tarde dorada. Bajo la sombra de los mangales que se pierde poco a poco me entrego al destino. Aquí voy, contando mis pasos y multiplicándolos  por los latidos de estos hombres de tierra viva. De mi gente que algún día dejará de ser mía, para cubrir el firmamento de estrellas conocidas. 

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